El cuaderno de

Lincay

Mañungo en Lincay

El cementerio de Lincay tiene una ubicación magnífica. Puede conversar con el mar. Es un rectángulo muy bien delineado, que no supera las dimensiones de la cancha de fútbol que está algunos metros más adentro.
En este rectángulo de silencio duermen todos plácidamente, rodeados de campos verdes y de la arena que hace mullida la playa.

 

Mapa del archipiélago de Chiloé.

En la cajita del silencio ya están todas las plazas ocupadas. Allí reposan los pasajeros del otro mundo, en esa especie de embarcación varada junto al océano. Han enmudecido para sentir las vibraciones del agua, mientras esperan el momento de zarpar.

La iglesia, que también mira hacia el mar, desde más lejos, tiene a su cargo acoger a los vivos dolientes y también a aquellos que se aferran a los latidos del mundo terrenal.


Yanette Mansilla

En Isla Lemuy tengo muchos amigos. Aquí todos se conocen bien y eso es muy valioso. Las calles en la isla no tienen nombre y las casas no tienen números y para no perderse es importante tener una buena guía.

Yannete Mansilla vive en Puqueldón y llegó a trabajar a la Biblioteca Pública Municipal número 209 en el año 1983.  Conoce muy bien a todas las familias de la Isla. Por eso, no es raro que sepa dónde vive exactamente cada uno, dependiendo del apellido.

-En Lincay, los Mansilla viven en un sector más cercano a la orilla del mar. Los Cárdenas, un poco más arriba. Con los Pérez uno se encuentra hacia el otro extremo -me indica.

-Como en todos los poblados de la Isla, las familias son muy unidas -dice-.  Son las fiestas donde más se siente esa cercanía, sobre todo durante la fiesta de San Juan, que es la más importante en Lincay.

Yannete me cuenta que fue la familia Cárdenas Quezada la que revivió la fiesta de San Juan, ya que por muchos años esta tradición se había perdido.

-Antes se hacía en la Escuela de Lincay -me dice-. Después la fiesta se trasladó a la sede comunitaria. Actualmente la ceremonia es una sola, donde lo religioso y lo social son una misma cosa. Primero se celebraba la Novena y después venía la peña, el momento en que los cantores de Lincay demostraban sus talentos musicales, con todo tipo de instrumentos populares, especialmente acordeón y guitarra.

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Alicia y Eliana

Con la compañia de Yannete logré conocer a la casa de las hermanas Mansilla Pérez, aquí en Lincay. Alicia y Eliana comparten el terreno y la casa que les dejó su madre Elba y desde entonces cuidan y trabajan con mucho esmero cada rincón. En esta casa aprendieron de pequeñas a vivir juntas y entienden lo que es compartirlo todo. Al unísono me cuentan como ha sido vivir durante los años que sucedieron a la muerte de su madre. Fue ella quien les enseñó cada una de las cosas que saben y que les permiten sobrevivir, con mucha autonomía, de todo lo que son capaces de producir en esta tierra.

Entre las cosas difíciles, lo más duro que les ha tocado vivir es el incendio del 26 de diciembre de 1981, cuando se les quemó la casa antigua y lo perdieron todo. Fue una destrucción total.

-Después de ese espantoso incendio, no sé cómo, mi mamá sacó fuerzas para limpiarse las lágrimas y ponerse de pie -recuerda Eliana, emocionada-. Hay que salir adelante, como sea, decía, y nos dio ánimo para empezar de nuevo. Porque eso fue realmente lo único que había que hacer: empezar de cero, sin nada. Teníamos que armar una casa nueva y abastecerla de todo lo necesario.

No puedo sino admirar a estas hermanas Mansilla.

Tan grande fue el impulso por no desmayar que Alicia completó la casa como la más diestra de las carpinteras. Fue capaz de entablar el piso y el cielo de la casa y luego terminar la techumbre. Siente que valió la pena, porque el trabajo tuvo su fruto. Es la casa que comparte ahora con Eliana.

 

-No hay como mi Chiloé -dice Alicia, convencida de lo que dice, con emoción-. El legado de la madre es demasiado poderoso. Es como si se sintieran sus pasos en la casa, como si la vieran disfrutar de su vista preferida desde la ventana. Todo está allí. Todo la recuerda. Ella quedó viuda a los cuarenta y cinco años, con nueve hijos. Costaba vivir y mantener tantos niños. Ella lo hacía todo, todas las tareas. La recuerdo cortando la leña con el hacha, con una puntería perfecta.

 

-Pero no sólo eso -complementa Eliana-. Todo lo que mi madre hacía sola, ahora lo hacemos entre las dos. Alicia sabe de mecánica y es diestra con la motosierra.  Yo me entretengo aquí adentro y, cuando me queda tiempo, hilo y tejo frazadas. Entre las dos nos toca trabajar en la cocina, lavar, planchar, ordenar leña. Bueno, y hacer las cosas domésticas de siempre.

-También hacemos otras tareas entre las dos -dice Alicia-. Aunque es Eliana la que más cuida de todas las plantas, juntas sembramos y cosechamos los huertos e invernaderos. También acarreamos leña y vamos a la marisca, cuando el tiempo está bueno.

-O sea, aquí no hay tiempo de aburrirse -les digo, festivamente.

-Hay veces que han llegado hombres a la puerta de nuestra casa. Incluso, nos han pedido matrimonio -me dice Eliana, entre risas-. Están interesados en lo que tenemos acá y esperan que los mantengamos, pero nosotras no estamos para mantener zánganos.

Se podría decir que todas las casas del archipiélago tienen rasgos comunes. Eso es verdad. Pero cuando uno se acerca lo suficiente, se da cuenta que en cada una se abre un universo gigantesco, distinto, lleno de sorpresas.

En el patio de las hermanas Mansilla hay todo tipo de plantas. Hay cultivos diversos que se presentan con un colorido vistoso y estimulante. La tierra está viva. Se expresa e invita a cultivarla. Con orgullo me muestra la enorme variedad de plantas y siembras. No se contentan con lo que saben, sino que están siempre buscando y experimentando con nuevas semillas. Hay arándanos, aloe vera, papas, ají, cilantro, estevia, lechuga, romero, zarzaparrilla. Cebollines para la cazuela de pescado con luche. Repollo ruibarbo, para hacer empanadas. Incluso, tiene uva para los días del verano.

 
 

El invernadero de Eliana Mancilla, Lincay

 
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Doña Ilia

La señora Ilia Mansilla es una mujer mayor, delgada, con una cara muy seria. Parece que estuviera molesta por algo. Pero no. Solo tiene cara de seria. Cuando uno se acerca a ella, es muy gentil. Es la persona que está a cargo de la iglesia de Lincay, ni más ni menos.

Las responsabilidades que tiene son variadas y hacen una lista muy extensa. La primera tarea es cuidar la llave. Conseguir permiso para entrar a la iglesia es a veces la parte más difícil de mi trabajo. Hay momentos que me toma varios días convencer a los encargados para que me dejen entrar, a pesar de que me conocen muy bien.

Hoy doña Illia está atrasada en sus tareas, por lo que no deja mucho tiempo para conversar.

-En esta iglesia se celebra el día de San Juan -me cuenta-. El patrono es San Juan, pero también se rinde tributo a la Virgen del Carmen y a Santa Filomena.

Hace meses que la iglesia permanece cerrada. Todo está en desorden y el deterioro avanza.

-A los que quedamos encargados de la iglesia se nos está acabando la energía -me dice, antes de poner el cerrojo a la puerta-.

 

Corte longitudinal Iglesia de Lincay

 
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~ abrir los 12 cuadernos

la grandeza de las 12 pequeñas iglesias